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Dos nuevos articulos que pretenden complementar lo propuesto por el texto de Jose Luis Pardo. Nunca fue tan hermosa la basura.

martes, 15 de mayo de 2007

Habitaciones Inconformadas

Habitaciones Inconformadas es un texto escrito para el Curso Variaciones Sobre La ArquitecturaTexto, esta disponible en la página.
http://quienessonestos.blogspot.com/

Le Corbusier empresario, de la cocina de Yvonne al 35 de rue de Sèvres. Andrés Jaque 2006

escrito para la revista Minerva, Madridcontacto: oficina@andresjaque.com
última versión: 17-04-2006
De la cocina de Yvonne al 35 de rue de Sèvres. Durante los últimos años treinta del siglo XX la vida, el pensamiento y la producción de Le Corbusier circulaba entre cuatro localizaciones geográfica e ideológicamente muy diferentes: 1.- El apartamento-estudiodepinturayescultura-minidespacho en las dos últimas plantas del edificio de viviendas de la Porte Molitor1 en París –en el que vivía junto a su mujer Yvonne Gallís-. 2.- El gimnasio-estudiodedanza de su hermano Albert –donde una vez por semana jugaba al baloncesto con su primo y socio en los proyectos de arquitectura, Pierre Jeanneret2-. 3.- Las playas próximas a Cap Martí -de vez en cuando pasaba allí unos días que no podemos decir que fuesen únicamente de descanso-. 4.- Su oficina de arquitectura en un pasillo de un antiguo monasterio jesuita en el 35 de la rue de Sèvres de París –desde 1922 desarrolló allí sus diseños y sus propuestas arquitectónicas y urbanísticas con Pierre Jeanneret y un equipo cambiante de colaboradores de distintas procedencias-. Por las mañanas pintaba y escribía en Porte Molitor, mientras Gallís cocinaba. Después de comer: diseño, arquitectura y urbanismo en rue de Sèvres. Y, ocasionalmente, paseos y natación en el Mediterráneo, y baloncesto en un gimnasio de París.
Una rutina en la que podemos encontrar muchos de los atributos de prestigio del hombre occidental. Deportista, creativo, familiar sin ser conservador y con tiempo libre para disfrutar de la naturaleza. Pero también urbano, ocupado en la construcción de la sociedad. Podríamos decir que influyente o, por lo menos, conectado a la red institucional en la que se deciden las cosas importantes. Una conexión animada por el trasvase creativo entre sus experiencias íntimas y el trabajo de su estudio. El trasvase entre la práctica sistemática de deportes de fondo y la construcción de sistemas compositivos basados en las proporciones del homme-type. De la disposición geométrica del color en el lienzo y su aplicación a la cualificación del espacio y la forma edificatoria. De la incorporación del horizonte, el movimiento del aire, los recorridos del agua y los ciclos solares en la experiencia del entorno mediterráneo y el diseño de objetos-tipo arquitectónicos que la optimizan. En otras palabras, los años treinta de Le Corbusier podrían describirse como el ejercicio de una cotidianeidad organizada para cultivar el individualismo y la singularidad, como material con que contribuir a la construcción de lo colectivo. O, ya que hablamos del siglo XX, una máquina para reconstruir contextos a partir de material de excepción.
Un rasgo característico del tiempo en que vivimos actualmente en Europa es que la experiencia personal de tener una identidad individual que definir, un destino que cumplir, ha superado la escala privada y se ha convertido en una fuerza política de grandes proporciones3. Las protestas, más o menos espontáneas, a la reciente guerra en Irak o el rápido desarrollo del sistema operativo Linux4 son ejemplos recurrentes que ilustran este fenómeno. Se ha escrito mucho sobre el romanticismo latente en las fuentes personales del trabajo de Le Corbusier y muy poco de cómo era la cadena de acontecimientos y dispositivos que conectaban estas fuentes con los procesos en que la sociedad se reconstruye. Es esta última labor crítica una de las que, en mi opinión, puede contribuir a incluir la experiencia de Le Corbusier en el encendido debate del papel de la arquitectura en la construcción de la Europa contemporánea.
Le Corbusier Empresario. Probablemente sea empresa5 la mejor palabra para definir los dispositivos con los que las experiencias individuales se inscriben en las esferas de realidad compartidas por la comunidad.6 Empresa es el objeto que articula las transformaciones de lo existente, lo que inserta el pensamiento en el día a día. Lo que en definitiva institucionaliza lo inicialmente marginal. Empresa, era la galería de Khanweiler, que hizo imprescindible colgar un Picasso en cualquier salón burgués con pretensiones intelectuales. Empresas son las asociaciones de gays y lesbianas, que han conseguido en España que la institución matrimonial represente a las parejas del mismo sexo. Empresa es Nike, que ha hecho que veamos la ciudad como un campo de deportes. Cualquier empresa tiene una dimensión económica e ideológica, pero también política.7 Una empresa desarrolla sus propias descripciones y diagnósticos de los contextos en los que opera, y también las estrategias de intervención sobre lo existente y los indicadores para evaluar la eficacia y la respuesta a la acción. A través de empresas consolidamos alianzas entre agentes con culturas e intereses en disputa y también a través de organizaciones empresariales extendemos el campo de lo posible; y es precisamente por esta razón por lo que en la Europa que nos ha tocado vivir, el cómo inyectar garantías democráticas en los objetos que permiten renderizar lo compartido inscribiéndole la experiencia individual, ha tomado relevancia política y el debate que genera se ha convertido en el principal elemento identitario de la joven Unión Europea. Apres le cubisme,8 Modulor,9 el pabellón de l’Esprit Nouveau10 y el catálogo de papeles pintados Salubra11 eran mediadores que diseñados para instalar en el día a día respectivamente las experiencias pictóricas del Le Corbusier de los años veinte (junto a Amédée Ozenfant), su visión del cuerpo tipo y una vida vinculada al aire renovado y su sensibilidad por los colores disonantes. De cada uno de estos objetos de mediación es posible recuperar diferentes construcciones políticas del papel de Le Corbusier como agente público. Es este el propósito de este artículo.
Tres mediaciones: la perspectiva cristalina, la herramienta simplificada, la cultura. Son muchos los autores que han encontrado en los paseos aéreos de Le Corbusier sobrevolando la costa de Río de Janeiro junto Antoine de Saint Éxupery, y también en sus vuelos en África, el origen de algunas de las novedosas propuestas urbanísticas del estudio de la rue de Sévres. La aviación despertaba la admiración de Le Corbusier desde sus años de l’Esprit Nouveau.12 En el número 10 de la revista que de 1919 a 1925 editó junto a Amédée Ozenfant y Paul Dermé (posteriormente incluido en Vers une architecture)13 bajo el título “Des yeux que no voient pas...” presentó junto a paquebotes, fotografías de Paestum sobre la imagen de un automóvil Humbert de 1907 y del Partenón sobre una imagen de catálogo de un Delage de 1921 y cuatro fotografías de aviones -dos de ellas realizadas desde el interior de aviones en vuelo-. Son también conocidos los bocetos de aviones en el aeródromo de Laghouat en 1933. Con los aviones, como con los coches producidos en serie, Le Corbusier ejemplificaba la capacidad de optimización que aportaba el pacto moderno entre los ingenieros y la organización taylorista del tejido industrial. La visión desde el aire del territorio y la posibilidad de contar con perspectivas privilegiadas desde las que se accedía a visiones totales de configuraciones urbanas imbricadas en redes territoriales, era probablemente el segundo desencadenante de la pasión del arquitecto por la cultura de la aviación. Las propuestas para Montevideo, Sâo Paolo, Río de Janeiro o Argel se hicieron públicas principalmente por medio de perspectivas aéreas, más o menos elaboradas, que presentaban las intervenciones a vista de pájaro incluidas en un paisaje natural. En 1923 en Vers un architecture decía: “Sin seguir una idea arquitectónica, sino simplemente guiados por los efectos del cálculo [...] los ingenieros emplean los elementos primarios y los coordinan según las reglas , provocando en nosotros emociones arquitectónicas.” Le Corbusier presenta al ingeniero como un agente con acceso a reglas universales y herramientas de cálculo eficaces para prever las implicaciones futuras de sus acciones.14 La perspectiva cristalina como figura interpuesta en la inserción social de las experiencias de gabinete, conlleva la creencia en que la descripción de la realidad, la detección de criterios de implementación, la definición de estrategias de intervención y la evaluación de los resultados de las acciones, no es una labor en que deba participar la sociedad en su conjunto. Para el Le Corbusier de las propuestas aéreas la ciudad era un asunto de expertos, expertos que con eficacia miran por el bien común.
En 1931 la compañía de papeles pintados Salubra publicó en Basilea una primera colección de papeles para paredes seleccionados por Le Corbusier.15 El catálogo se presentaba como una herramienta para trasladar las experiencias acumuladas por el arquitecto en sus trabajos pictóricos y también sus experiencias en la incorporación del color a la edificación. Un pequeño libro con muestras de los diferentes colores, disponibles en rollos, tratados con pintura al aceite, se ofrecía como un soporte que permitía a los usuarios prolongar la especulación iniciada por Le Corbusier, recortando trozos de las muestras y ensayando combinaciones personales, que posteriormente podrían aplicar a sus viviendas. Los colores de la paleta purista, los malvas, beiges, turquesas y marrón chocolate de la Villa la Roche, los tonos con los que Le Corbusier descompuso los volúmenes exteriores de las viviendas de Pessac, junto a patrones decorativos, que nos recordarían ahora a las superficies tramadas del cubismo sintético, se convertían en elementos disponibles para la recomposición y el ensayo. Sin embargo el catálogo Salubra, no conseguía trasladar los acontecimientos probablemente más relevantes del laboratorio de colores de Le Corbusier. No llevaba a la experiencia del usuario los colores descartados, ni las pruebas fallidas –los errores que habían emergido en la práctica-, tampoco equipaban al usuario con las dudas, las contradicciones o los temores de Le Corbusier. Como el interior de un ordenador, el catálogo ocultaba (cajanegrizaba tal como diríamos hablando de ordenadores) las grandes decisiones que definían en mayor medida la producción posible del sistema, para facilitarnos una utilización cómoda de un sistema ya consolidado. Unos años después, en 1946, Le Corbusier explicaba el papel que se reservaba en sus intervenciones urbanas. Estas palabras pueden ayudar a entender también la colaboración que esperaba del usuario de los papeles pintados: “tarde o temprano llega la hora en que el programa debe ser difundido, los técnicos poner manos a la obra y encargarse todos, según sus fuerzas, de una parte útil de la tarea: preparar a los usuarios a hacerse cargo de nuevos instrumentos. Preparados los conductores para velar por la realización de la experiencia con regularidad e intensidad suficientes.” 16
Entre 1947 y 1953 Le Corbusier trabajó en lo que sería una de sus tentativas empresariales: El Poema del Ángulo Recto,17 una serie de 19 litografías con una tirada de 200 ejemplares que posteriormente fue editada en forma de libro. En 1943 había abandonado Vichy, y también las esperanzas de llevar a cabo su plan para Argel. Mantenía el estudio de París, pero hacía años que no contaba con la asociación de Pierre Jeanneret. Sin expectativas de poder aplicar en un encargo directo los contenidos del poema, expone una serie de reflexiones sobre la relación del hombre con el cosmos, ilustradas con imágenes que recuperan algunos de sus iconos personales. Los meandros, los ciclos solares recorriendo la sección de la Unidad de Habitación, desnudos de Gallís, el hombre frente al horizonte mediterráneo, la mano abierta. Un trabajo sin líneas de acción directa, pero que muestra una cultura, una sensibilidad del hombre en el mundo, disponible para la apropiación. Es sobre todo una acción de apertura, una explicitación de su experiencia, un dispositivo que hace transparente y accesible el trabajo personal que alimenta sus propuestas públicas. En una de las litografías aparece el poema: “Soy un constructor/ de casas y palacios./ Vivo entre los hombres./ En medio de su madeja./ Enredada./ Hacer una arquitectura es/ hacer una criatura.” En otra junto a la imagen popular de la mano abierta escribe: “La mano abierta/ está abierta porque/ todo está disponible./ Abierta para recibir,/ abierta también para que cualquiera pueda cogerla.” Un constructor enredado entre los hombres con una cultura presentada de manera que cualquiera pueda cogerla y usarla. No más, pero tampoco menos.
Tres empresas como dispositivos interpuestos para la integración social del laboratorio personal de Le Corbusier: la perspectiva cristalina del experto, la herramienta simplificada y la exposición transparente de una cultura; que contienen, cada una, diferentes construcciones políticas, asociadas a una forma de entender la relación de la ciudadanía con el conocimiento. Construcciones políticas que ya forman parte de la Europa que disputamos en la actualidad.
En 1945, dos años antes de que Le Corbusier comenzase a trabajar en el poema, Paul Valery hablando de Europa escribía: “Nuestra esperanza es vaga, nuestro temor preciso”.18 Como ha señalado el politólogo británico Mark Leonard la reconstrucción de Europa no la encabezaron Churchill o De Gaulle, sino un grupo de burócratas anónimos que trabajaron para hacer desaparecer las armas del futuro horizonte europeo.19 Como Jean Monnet que equipado con una visión de cómo no tener una visión fue el artífice de la declaración Schuman, firmada por los gobiernos de Francia y Alemania en 1950: “Europa no se hará de una vez ni de acuerdo con un único plan general, sino a través de realizaciones concretas que empiecen a crear una unión de hecho.”20 Monnet había trabajado tras la Primera Guerra Mundial en la fracasada Sociedad de Naciones e intentó evitar comprometer el futuro de Europa al éxito de una idea ilusoria previa de comunidad internacional. En estos momentos la Unión Europea sigue sin privilegiar un modelo único de progreso humano. Los 80.000 folios de normativas aprobados desde la creación del Mercado Común en 1957, conocido como el acquis communitaire o hechos aceptados de la comunidad, pretenden crear el marco que garantice la convivencia pacífica de culturas distintas y rivales.21 La transparencia aparecía en la propuesta retirada del Tratado Para Instituir una Constitución Europea como una de las principales características de la unión.22 Frente a la imposición de un modelo de construcción de la cotidianeidad o un European way of life, Europa ha optado por crear un contexto de legalidad y monitorización colectiva, basado en el desarrollo de dispositivos e indicadores que permitan inscribir en lo comunitario las extensiones públicas de las acciones privadas.
Desde la perspectiva que nos da la experiencia europea la manera en que la individualidad se instala en la realidad colectiva ha tomado en la actualidad un protagonismo público sin precedentes. Y es también desde esta perspectiva desde la que reconocemos la importancia de establecer diferencias en las construcciones políticas que conllevan las tres empresas de Le Corbusier. Del planteamiento de visiones totalitarias, previas a la experiencia, formuladas desde perspectivas privilegiadas –aunque animadas por la búsqueda del bien común-, a los procesos que permiten equipar lo individual con dispositivos de transparencia que hagan posible prolongar en la arena pública las experiencias individuales, Le Corbusier se desplaza de la acción urgente a la creación de un contexto en que la acción colectiva se carga de representatividad. Es también el desplazamiento de la inclusión de los agentes no especializados como informantes en los procesos de diseño, al equipamiento del proceso de diseño para que los no expertos tomen el papel de actores con acceso a la toma de decisiones. Y probablemente es un desplazamiento coronado con la ansiada eficacia de la modernidad. Porque no sabemos si las ciudades europeas tendrán grandes infraestructuras para el tráfico de scooters, pero sí que los colores del Mediterráneo, el placer de observar los meandros después de una tormenta o de disfrutar del aire en movimiento en el interior de nuestras viviendas forman ya parte en Europa de algo que podríamos llamar la sensibilidad compartida o el campo de lo posible.
Andrés Jaque es arquitecto y profesor de proyectos en la ETSAM [Madrid]. Como Tessenow Stipendiat, ha sido investigador residente de la Alfred Toepfer Stiftung [Hamburgo]. También ha sido profesor invitado de la Escuela de Arquitectura de Alicante, de la Fundación Mies van der Rohe de Barcelona, de la Fundación Marcelino Botín, de la Escuela de Arquitectura de Valencia, de la Universidad de Castilla-La Mancha y de la Universidad Javeriana de Bogotá. Desarrolla una permanente labor crítica, ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas e impartido conferencias en foros académicos y profesionales españoles e internacionales.Desde enero de 2000 dirige la oficina Andrés Jaque Arquitectos, especializada en proyectos políticamente innovadores. Su trabajo ha sido premiado en numerosos concursos, publicado en revistas internacionales y expuesto en el Hellerau Festspielhaus de Dresde [Alemania], La Casa Encendida [Madrid], la 7 Mostra di Architettura de la Bienale di Venezia y la Bienal de Arquitectura Iberoamericana 2004 en Lima [Perú]. Su obra Teddy House ha recibido el Premio Grande Área al mejor proyecto arquitectónico del 2005 del Colegio de Arquitectos de Galicia y la Casa Sacerdotal Diocesana de Plasencia forma parte de la selección de la VIII Bienal Española de Arquitectura y ha recibido el premio Dionisio Hernández Gil.
1.- Le Corbusier y Jeanneret, Pierre. Edificio de Viviendas en la Porte Molitor. 1933 (rue Nungesser-et-Coli 75016 Paris).
2.- En 1922 Charles Édouard Jeanneret, Le Corbusier, se asoció con su primo Pierre Jeanneret e inauguraron un estudio de arquitectura y urbanismo en el 35 de la rue de Sèvres de París. Pierre se ocupaba del desarrollo de proyectos y del trato con los clientes del estudio. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial trasladaron el estudio a Ozón, Pirineos Franceses; hasta 1940 en que Pierre Jeanneret se une a la Resistencia Suiza y Charles Édouard se traslada a Vichy, donde trabaja hasta 1947.
3.- Giddens, Anthony. Modernidad e identidad del yo. (Barcelona: 1995).
4.- Himanen, Pekka. La ética del hacker y el espíritu de la era de la información. (Barcelona: Ediciones Destino. 2001).
5.- Es importante definir el término ‘empresa’ y señalar su relevancia política porque pretendo recortar de la compleja producción documentada de Le Corbusier tres objetos que entran dentro de esta categoría y exponer las implicaciones políticas implícitas en ellos.
6.- Cuando en este artículo se habla de la ‘construcción de lo común’, o de la ‘esfera compartida’ o de ‘lo colectivo’ me refiero a los procesos de construcción social de la realidad descritos por Berger y Kuckman en La construcción social de la realidad. Peter L. y Luckmann, Thomas. La construcción social de la realidad. (Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1968).
7.- La utilización en este artículo del término ‘político’ corresponde a la definición expuesta por Carl Schmitt del mismo en El concepto de lo político. Para Schmitt políticos son los objetos mediante los cuales se gestionan alianzas entre agentes con ideologías, intereses, morales e incluso códigos estéticos diferentes sin necesidad de llegar a consensos en ninguna de las categorías anteriores, ante la posibilidad de un conflicto violento. Schmitt, Carl. El concepto de lo político. (Madrid: Alianza Editorial).
8.- Jeanneret, Charles Édouard y Ozenfant, Amédée. Après le cubisme. (París: Éditions des Commentaires, 1918.
9.- Jeanneret, Charles Édouard. Le Modulor. (París: Éditions de l’Architecture d’aujourd’hui. 1950).
10.- Jeanneret, Charles Édouard y Jeanneret, Pierre. Pavillon de l’Esprit Nouveau. (París: 1925, reconstruido en 1977).
11.- Jeanneret, Charles Édouard. Claviers de coleurs Salubra 2. (Basilea: 1959).12.- De 1919 a 1925 Le Corbusier editó en París junto a Amédée Ozenfant y Paul Dermé la revista l’Esprit Nouveau. La cultura de la industria.
13.- Jeanneret, Charles Édouard. Vers une architecture. (París: Les Éditions G. Crés et Cie. 1923).
14.- Sobre este tema ver: Torres Cueco, Jorge. Le Corbusier: visiones de la técnica en cinco cuerpos. (Barcelona: Fundación Caja de Arquitectos. 2004).
15.- Sobre este tema ver: AA.VV. Polychromie architecturale, Les claviers de coleurs de Le Corbusier de 1931 et de 1959. (Basilea, Boston y Berlín: Birkhäuser. Verlag. 1997).
16.- Charles Édouard Jeanneret. Manière de penser l’urbanisme. (París: Éditions de l’Architecture d’Aujourdd’hui. 1946).
17.- Charles Édouard Jeanneret. Le poème de l’angle droit. (París: Éditions Verve. 1955).
18.- Valery, Paul. On European civilization and the European mind. (1921).
19.- Leonard, Mark. Why Europe will run the 21st century. (Londres. 2005).
20.- Schuman, Robert. Declaración Schuman. (9 de mayo de 1950).
21.- Leonard, Mark. Combine and conquer. (Nueva York: Wired. Junio 2003).22.- Sobre el papel de la transparencia en la esfera pública ver: Stiglitz, Joseph y Chang, Ha-Joon. On Liberty, the Right to Know and Public Discourse: The Role of Transparency in Public Life. [London 2001].

Nunca fue tan hermosa la basura

Nunca fue tan hermosa la basura [1]
José Luis Pardo

April is the cruellest month, breedingLilacs out of the dead land... T.S . Eliot, The Waste Land

El Libro Primero de El Capital, de Marx, comienza diciendo: «La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como "una inmensa acumulación de mercancías"». Nosotros tendríamos que decir, hoy, que la riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como una inmensa acumulación de basuras. En efecto, ninguna otra forma de sociedad anterior o exterior a la moderna ha producido basuras en una cantidad, calidad y velocidad comparables a las de las nuestras. Ninguna otra ha llegado a alcanzar el punto que han alcanzado las nuestras, es decir, el punto en el que la basura ha llegado a convertirse en una amenaza para la propia sociedad. Y no es que las sociedades pre-industriales no generasen desperdicios, pero sus basuras eran predominantemente orgánicas, y la naturaleza, los animales urbanos y los vagabundos las hacían desaparecer –las reciclaban o las digerían– a un ritmo razonable (aunque sobre esto nos hacemos, también a menudo, ideas muy idílicas). Las ciudades industriales modernas, en cambio, se caracterizan por una acumulación sin precedentes de población y por la aparición masiva de un nuevo tipo de residuos, de carácter industrial, y ambos factores constituyen la obsolescencia de los modos tradicionales, casi inconscientes, de tratamiento de las basuras. Hay en ellas, al mismo tiempo, una enorme proporción de desechos cuyo reciclaje no puede abandonarse en manos de procesos espontáneos o naturales, y una parte significativa de la población que no consigue integrarse directa ni indirectamente en los procesos productivos y consuntivos, que carece de lugar social y que ha perdido el estatuto del que disfrutaba o que padecía en las formas tradicionales de organización política. Y esto, como dice la cita de Marx con la que he comenzado, ha de entenderse sin duda como "síntoma de riqueza". Nietzsche decía aún más, decía que «los desechos, los escombros, los desperdicios no son algo que haya que condenar en sí: son una consecuencia necesaria de la vida. El fenómeno de la décadence es tan necesario como cualquier progreso y avance de la vida: no está en nuestras manos eliminarlo (...) E incluso en medio de su mejor fuerza, [una sociedad] tiene que producir basura y materiales de desecho» (Fragmentos Póstumos de la primavera de 1888). Y tantos más desechos –en cantidad y en calidad– cuanto más rica, más enérgica y más audaz sea... Sí, la basura es un síntoma de riqueza. Porque riqueza significa despilfarro, derroche, excedente (y, al contrario, las sociedades sin basura –las ciudades tradicionales de las que acabamos de hablar– revelan una economía de subsistencia, de escasez, en la cual nada sobra y todo se aprovecha).
Precisamente por eso, las sociedades modernas, por estar presididas por una suerte de principio malthusiano según el cual la basura crece más rápidamente que los medios para reciclarla de modo tradicional, necesitan disponer de tierras baldías, vertederos y escombreras en donde depositar las basuras para quitarlas de en medio y poder seguir viviendo, seguir desperdiciando sin ahogarse entre sus propios residuos. Y junto a estos no-lugares urbanos (por utilizar la afortunada terminología del antropólogo Marc Augé, sobre la que en seguida volveré) es preciso también disponer de no-lugares sociales a los que pueda trasladarse la población sobrante que los sistemas productivos y consuntivos no pueden absorber (suburbios, chabolas, favelas, guetos, campamentos, etc.). "Basura" es lo que no tiene lugar, lo que no está en su sitio y, por tanto, lo que hay que trasladar a otro sitio con la esperanza de que allí pueda desaparecer como basura, reactivarse, reciclarse, extinguirse: lo que busca otro lugar para poder progresar. En su obra Wasted Lives (cuyo título propongo traducir al castellano como "Vidas-basura"), el veterano sociólogo Zygmunt Bauman ha explicado que la actual crisis de la modernidad se expresa al mismo tiempo de estas dos maneras: por una parte, los problemas de contaminación (y especialmente, por su simbolismo, el problema que representan los residuos de origen nuclear) han alcanzado un punto de inflexión en el momento en el que se ha descubierto que el planeta estaba lleno, que ya no había más Waste Lands adonde trasladar los residuos para quitarlos de en medio; por otra parte, la emigración, que era la salida tradicional para las poblaciones residuales a las que el progreso industrial y post-industrial desplazaba y dejaba sin papel alguno que representar, ha dejado de ser una solución practicable, porque ahora todos los lugares sociales del mundo están ocupados, no hay puestos libres en donde colocar a los que están de más.
Los movimientos migratorios y los traslados de basura tienen, por tanto, esto en común: se trata de encontrar un sitio –en otro lugar– para aquello que no lo tiene –en este lugar–. Por tanto, el presupuesto de estos movimientos de traslación es que cada cosa tiene su sitio y que hay un sitio para cada cosa. Rafael Sánchez Ferlosio ha propuesto llamar al orden generado por este presupuesto el orden del destino, y esta propuesta tiene una doble pertinencia. Por una parte, nos recuerda el significado originario del vocablo "destino", que es precisamente ése: un esquema en el cual a cada cosa se le asigna un lugar –su destino, el lote que le corresponde por designio de los dioses, de la Moira, de las Parcas o de la naturaleza– que es su porvenir ineludible, su fin fatal. Por otra, esta designación es coherente en primer lugar con el hecho de que las regiones a donde se trasladan los emigrantes se denominan "países de destino", no solamente en el sentido trivial de que allí es adonde se dirigen, sino también en el sentido de que allí es donde podrán "labrarse un porvenir", de que van a sus lugares de destino en busca de un porvenir que les está negado en sus lugares de procedencia. Van allí, por tanto, en busca de su identidad, para llegar a ser quienes son (cosa que todavía no saben y que nunca descubrirán si se quedan en donde no tienen porvenir). Y la denominación sigue siendo coherente, en segundo lugar, con las basuras industriales: no se las puede dejar allí donde se generan porque allí no están en su sitio ni tienen porvenir ninguno. Es preciso trasladarlas a una tierra baldía en donde tengan porvenir, en donde puedan regenerarse, reactivarse, reciclarse, integrarse, en donde puedan llegar a ser otra cosa que lo que son –basuras, desperdicios–, en donde puedan recuperar la identidad que han perdido, en donde puedan crecer las lilas en la tierra muerta y en donde la lluvia primaveral remueva las raíces mas secas. Sí, aunque les cueste a ustedes aceptarlo en principio, "basura" significa también esto: lo que tiene un destino, un porvenir, una identidad secreta y oculta, y que tiene que hacer un viaje para descubrirla, como el príncipe encantado para dejar de ser rana y convertirse en príncipe, como la bestia para vencer el hechizo y volver a ser bella. La observación de Bauman sobre la crisis de la modernidad tardía puede, por tanto, reformularse en estos términos: ¿qué ocurre cuando ya no se puede encontrar un lugar para trasladar aquello que aquí no lo tiene, cuando ya no hay un "país de destino" al que emigrar o en donde labrarse un porvenir? ¿Qué ocurre con la basura cuando se ha quedado sin porvenir, sin esperanza de reciclaje o regeneración, y qué con aquellas poblaciones que han de resignarse a vivir sin esperanza social, cuando la rana comprende que ya nunca será príncipe y la bestia que ya nunca será bella?
Como ven ustedes, aquí no basta con hablar de "crisis de la modernidad" si no se dice al mismo tiempo que lo que ha entrado en crisis es la utopía de un mundo sin basura –un mundo ordenado, en el cual cada cosa esté en su sitio–; que la modernidad, a pesar de ser la sociedad del excedente, del despilfarro, del derroche y de la "inmensa acumulación de basuras", era también la sociedad que soñaba con un reciclaje completo de los desperdicios, con una recuperación exhaustiva de lo desgastado, con un aprovechamiento íntegro de los residuos: la ética protestante del ascetismo y el ahorro siempre fue afín a la ontología capitalista del derroche. O sea, que la sociedad moderna, no menos que la sociedad tradicional o pre-industrial, también quiere "imitar a la naturaleza" (en la cual, según decían los clásicos, "nada se hace en vano", es decir, todo tiene una finalidad y, por tanto, nada se desaprovecha, no hay basura propiamente dicha) y aún "imitar a la divinidad" (pues los dioses no padecen desgaste y, por tanto, no generan desperdicios), aunque tenga que hacerlo por medios mecánicos. Es la modernidad la que ha pensado la naturaleza como una máquina (una máquina perfecta, en la cual cada pieza cumple una función y no hay deterioro) y la que, al identificar lo "natural" con lo "racional", se ha convencido de que, puesto que la naturaleza no deja residuos, esto mismo –el no dejar residuos– es una de las señas distintivas de la racionalidad (de ahí que haya percibido al mismo tiempo como "anti-modernos" y "anti-racionales" a quienes presentan otra imagen de la naturaleza en donde la máquina tiene fallos y produce basura en forma de monstruos, prodigios y excepciones sin destino, sin porvenir ni finalidad)que también debe presidir las construcciones sociales. Esta no es únicamente una idea de ingeniero –una máquina cuyas piezas no se desgastan con el uso o que, al menos, pueden regenerarse y reutilizarse indefinidamente–, sino ante todo una idea de contable: la bestia negra del empresario es justamente el desgaste, el comprobar cómo en cada ciclo productivo el activo se convierte en pasivo, en deuda, en carga, en números negativos que es preciso compensar con las ganancias y que requieren nuevas inversiones, y por lo tanto su ideal es el de un negocio sin pérdidas, el de un balance de resultados siempre equilibrado; en tiempos de inflación galopante, éste es también el infierno del comerciante, que ve cómo cada ganancia obtenida –cada vez que vende un producto a cambio de dinero– se convierte inmediatamente en pérdida, porque la moneda se deprecia de inmediato, y tiene que gastar inmediatamente lo ganado en un nuevo producto para vender, con el que le sucederá implacablemente lo mismo; y es también la pesadilla del consumidor, que experimenta cómo todo lo que compra comienza a perder valor desde el momento preciso en que es adquirido, a perder actualidad, a pasar de moda y a exigir ser rápidamente sustituido por una nueva adquisición que comenzará a descender por la pendiente de la obsolescencia en cuanto pase del escaparate a sus manos...
Y apenas es necesario llamar la atención sobre la más que probable genealogía militar de esta fantasía delirante: un negocio sin pérdidas es la transposición civilizada de una guerra sin bajas (eso mismo que ahora llamamos un "ataque preventivo", que no sólo minimiza tendencialmente hasta cero las víctimas del propio bando, sino que se justifica precisamente como una acción tendente a destruir la capacidad ofensiva del enemigo, es decir, su capacidad de producir bajas en el bando contrario). Napoleón se mofaba de quienes le reprochaban el elevado número de caídos en las filas de sus ejércitos que comportaban sus victoriosas campañas diciendo que una sola noche de permiso de sus soldados en París arrojaba un número de embarazos suficiente para "reponer" las pérdidas y equilibrar la balanza. Los racionalistas del siglo XVII también manejaban el mismo modelo en el cual lo pasivo (las pasiones oscuras y confusas, o sea sucias y residuales) habría de convertirse en activo (las ideas claras y distintas, o sea, limpias), en donde los egoísmos de los lobos hobbesianos en guerra total de todos contra todos se reciclarían en la mansedumbre del pacto social de todos con todos administrado por la mano invisible de un mercado que pondría las cosas en su sitio con tanta justicia como las leyes darwinianas de la evolución colocaban a cada individuo en el lugar que le correspondía de acuerdo con su contribución a la adaptación de su especie al medio; y sin duda Hegel y Marx conservaban este esquema cuando pensaban que las pasiones y ambiciones individuales o colectivas de los individuos, los pueblos y las clases eran simplemente el combustible inconsciente mediante el cual la Historia –como el tren de Los hermanos Marx en el Oeste, que se alimentaba de su propia destrucción convertida en carburante ("¡Más madera!") para llegar rápidamente a su destino– conducía a la humanidad hacia su fin final ­en donde las cuentas cuadrarían perfectamente y todos los sacrificios y sufrimientos aparentemente vanos serían compensados y equilibrados, en donde toda la aparente basura de la Historia (toda la "masa concreta del mal") sería reciclada­, y la guerra era simplemente una astucia de la razón o la lucha de clases el motor de una Historia que acabaría definitivamente con el despilfarro y el desequilibrio contable, dando a cada cual exactamente el lote que se hubiera merecido.
La entrada en crisis de este modelo, el despertar de este sueño, fue por tanto ese momento en el cual llegamos a pensar que la basura acabaría devorándonos. Que era el fin del progreso. Fue cuando empezamos a temer que moriríamos asfixiados entre nuestros propios desperdicios, como hemos visto que sucedía en algunas viejas ciudades del tercer mundo que, por no necesitar un tratamiento especial de las basuras, carecían de infraestructura de traslado y acumulación de las mismas, y a las que la repentina introducción masiva de la producción y el consumo industriales ha convertido en enormes estercoleros irrespirables.
El genio de la especie humana es, sin embargo, prodigioso. Alguien dijo de ella que sólo se plantea aquellos problemas que es capaz de resolver. Y alguien más dijo también que, cuando un problema no puede resolverse, entonces deja de ser un problema. Y que la manera de quitarse de encima los problemas irresolubles no consiste en desfallecer luchando por resolverlos, sino más simplemente en disolverlos. "Nunca fue tan hermosa la basura"... No sé a quién se le ocurrió primero la idea, pero fue una ocurrencia verdaderamente ingeniosa. Y, como todas las grandes invenciones, una vez hallada parece extremadamente simple, y consiste en lo siguiente: ¿y si lo que llamamos basura no lo fuera en realidad? Entonces no tendríamos que preocuparnos porque nos devorase, no nos sentiríamos asfixiados por los desperdicios si dejásemos de experimentarlos como desperdicios y los viviéramos como un nuevo paisaje urbano.
Antes me he referido a la noción, forjada por Marc Augé, de no-lugar (el lugar de lo que no está en su lugar), como concepto antropológico definidor de la sobremodernidad. Pero si unimos este concepto a nuestra reflexión anterior, en la cual la basura aparece como "lo que no está en su lugar", vemos con claridad que podríamos llamarlo, menos eufemísticamente, lugar-basura. Se comprende bien cómo un etnólogo del Siglo XXI ha llegado a elaborar esta figura: es fácil imaginar que la vida de un antropólogo contemporáneo consiste, entre otras cosas, en viajar desde el mundo posindustrial a parajes lejanos para realizar estudios de campo y entrevistas sobre el terreno. En estos desplazamientos, el científico se mueve desde un lugar que sin duda es su localidad de residencia y que, por tanto, está marcado con todas las señales positivas del término lugar (es acogedor, habitable, conocido, susceptible de ser recorrido con familiaridad), hacia otros territorios que, a menudo, no son menos lugares que el origen de su viaje, aunque le sean extraños e incluso, en ocasiones, hostiles o al menos arriesgados para el urbanita europeo; también esos sitios acogen a sus poblaciones, son habitados por gentes que los recorren con familiaridad y que se sienten en ellos en su casa. El antropólogo puede percibir que aquellos "otros lugares" no son su lugar, puede sentirse extranjero en ellos y hasta temer por su seguridad, o puede llegar a ser acogido y a experimentar la tranquilidad de encontrarse en tales rincones como en una segunda casa, como quien acude de visita a un paisaje en el que sabe que será bien recibido; pero, ya sea que se den alguna de estas dos situaciones extremas o cualesquiera de las ilimitadas posibilidades intermedias, en sus viajes habrá de pasar por muchas zonas de tránsito, no solamente en el sentido físico (salas de espera, aeropuertos, estaciones de tren y de autobús, antesalas de despachos oficiales, vehículos de transporte, hoteles, etc.) sino también en el social y cultural (tierras de nadie y distritos abandonados, comarcas rurales en decadencia, suburbios pre-industriales, chabolas periféricas, extrarradios en ruinas o cam pamentos de refugiados, por ejemplo), espacios que no están hechos para residir en ellos sino únicamente para ser ocupados provisionalmente, para ser atravesados o para facilitar el paso de un lugar a otro. En este punto, no podrá dejar de notar el contraste entre los lugares, ya sean acogedores o inquietantes, y los no-lugares, ya sean hostiles o deprimentes (como los territorios fronterizos en donde bandas o tribus rivales mantienen una guerra más o menos larvada por el control de actividades a menudo ilegales o paralegales) o relativamente cómodos para el visitante europeo (como las cadenas de hoteles occidentales o las franquicias internacionales de los restaurantes de comida rápida de estilo estadounidense situados en regiones empobrecidas del llamado "tercer mundo"). Y, en cierto modo, si los viajes del sociólogo se prolongan durante un tiempo suficiente en época de globalización, tendrá forzosamente que observar, al menos con curiosidad y seguramente con preocupación, el modo en que los no-lugares, concebidos en principio como meros "vacíos" entre lugares determinados, van extendiendo su dominio y avanzando en su ocupación de territorios físicos, sociales y culturales, hasta el punto de competir en magnitud e importancia con los lugares propiamente dichos –y a veces de triunfar indiscutiblemente sobre estos últimos– y, en todo caso, hasta comenzar a difuminar molestamente la distinción, otrora tan nítida, entre lugar y no-lugar y, por tanto y lo que quizá es más relevante, entre lo(s) que tiene(n) lugar y lo(s) que no lo tiene(n). Como si se tratase de un "efecto secundario" o de un "retorno de lo reprimido" de la colonización mediante la cual Europa convirtió muchos lugares de su periferia en no-lugares inhabitables, ahora el paseante europeo recorre la ciudad temeroso de que la periferia de los no-lugares (que ya no está en el extrarradio de Europa, sino el de las ciudades europeas), invada y destruya su propio lugar. En El tiempo en ruinas (Gedisa, Barcelona, 2003), Augé expresa, mientras pasea por París,
«un temor: que estos nuevos barrios, con independencia de su éxito técnico o estético –que será sin duda desigual– se parezcan un día a otros de cualquier otro lugar del mundo, que obedezcan a una moda planetaria, pero que no la creen, que se asemejen, en suma, a esas ciudades "genéricas" que "se parecen a sus aeropuertos" (Rem Koolhaas)... percibo en sus calles la invasión lenta, insidiosa e irresistible de la ciudad genérica que se infiltra desde la periferia a través de los boquetes abiertos por el ferrocarril... la tarea de subversión se encuentra más adelantada de lo que pensaba... una ciudad-comodín, sin pasado ni porvenir... Hablo, naturalmente, como viajero poco deseoso de encontrar, al final de mis excursiones parisinas, un barrio de Sâo Paulo, de Tokio o de Berlín»(pp. 149-150).
La virtud de esta noción es que, debido a sus características internas y a su oportunidad histórica, designa un tipo de negatividad susceptible de ser aplicada al mismo tiempo en un ámbito más específico y en uno más general. Por ejemplo –en el sentido de la especificación–, el tipo de hoteles y de restaurantes que quedarían subsumidos bajo el concepto de no-lugares podrían perfectamente definirse, en un sentido más particular, como no-hoteles y como no-restaurantes, ya que constituyen, en una medida nada desdeñable, la negación completa y acabada de la noción de "hotel" o de "restaurante" que les precedió en el tiempo. Las aludidas cadenas de comida rápida, que no están atendidas por camareros y en las cuales quienes preparan la comida no son cocineros, en las que los alimentos dispensados no son en sentido estricto "platos", así como sus mesas no son mesas propiamente dichas (han de sentarse cuatro personas en un espacio en donde sólo cabrían en rigor dos) ni sus cartas verdaderamente cartas, ¿cómo quedarían mejor descritas que diciendo que se trata de no-restaurantes atendidos por no-camareros que sirven no-platos preparados por no-cocineros y consumidos en no-mesas? Asimismo –y yendo ahora en el sentido de la generalización–, estas cadenas de restauración se caracterizan por estar a menudo situadas en grandes superficies comerciales asociadas a zonas de crecimiento de la periferia urbana posindustrial, y muchas de las características de su "estilo" y de su "personalidad" se explican por el régimen laboral de subempleo –contratación precaria y a tiempo parcial– que prevalece en ellas, régimen que, por estar cada vez más generalizado en el nuevo mercado de trabajo (y en todas las escalas salariales), muy bien podría denominarse, por contraste con las formas laborales consolidadas en la segunda mitad del Siglo XX en las zonas industrialmente desarrolladas y democráticamente gobernadas, como no-empleo (noción esta que vendría a sustituir a las de "sub-empleo" o "des-empleo", aún demasiado dependientes de aquellas viejas formas laborales ya parcialmente periclitadas) proporcionado por no-empresas; de la misma manera, los centros comerciales que rodean estos locales se dejarían describir, por los mismos motivos, como no-tiendas –en donde, por ejemplo, se venden no-muebles (módulos y paquetes funcionales más o menos abstractos para armar y desmontar), y los habitáculos que crecen en estas conurbaciones (las llamadas "ciudades-dormitorio", que no sería exagerado rebautizar como "ciudades-basura") como no-casas (decoradas, sin duda, mediante aquellos no-muebles). Y, aunque sería una broma cruel la comparación de este tipo de aglomeraciones del "primer mundo" con las de los arrabales de los países pobres o devastados, resultaría igualmente apropiado decir de quienes pueblan estos últimos contornos que se trata de no-empleados (pues a menudo están fuera de la economía monetaria regular) que viven en no-casas (cobijos improvisados con material heterogéneo) decoradas con no-muebles (a veces simples cajas de cartón o relleno de embalaje) y que se abastecen en no-tiendas (en el mercado negro o la economía sumergida).
Ni que decir tiene que esta aplicación podría continuar hasta permitirnos hablar, por ejemplo, de ciertas agrupaciones de personas, especialmente emergentes en nuestra época, que podrían caer bajo el concepto de no-familias o de no-matrimonios, de ciertos programas televisivos de entretenimiento que sólo podrían calificarse como no-programas, de un cierto tipo de productos culturales cada vez más extendidos a los cuales les vendría como anillo al dedo el rótulo de no-libros, no-discos o no-cuadros (y ello tanto en la franja de la alta cultura como en la de la cultura popular o de masas), de ciertos males originales de nuestro tiempo que funcionan como no-enfermedades tratadas mediante no-medicamentos y, en última instancia, hasta de no-universidades (escuelas móviles de formación permanente) en donde se estudian no-carreras (programas de actualización profesional continua) impartidas por no-profesores (expertos en reciclaje), y de no-estados (alianzas coyunturales de regiones) gobernados por no-políticos (administradores) y cuyo sujeto legítimo es un no-ciudadano.
Bien, creo que a estas alturas ustedes comprenden que estoy proponiendo concebir el no-lugar como un eufemismo del lugar-basura (y, por tanto, como un síntoma de que hemos empezado a ser tolerantes con los hoteles-basura, con los restaurantes-basura, con los camareros-basura, los platos-basura, los cocineros-basura y las mesas-basura, con los empleos-basura, las empresas-basura, las tiendas-basura, los muebles-basura, las casas-basura, las familias-basura, los matrimonios-basura, los programas-basura, los libros-basura, los discos-basura, los cuadros-basura, las enfermedades-basura, los medicamentos-basura, las universidades-basura, las carreras-basura, los profesores-basura, los estados-basura, los políticos-basura y los ciudadanos-basura). Y no sólo tolerantes, sino entusiastas. Hemos aprendido a experimentar la basura como un lujo. Hubo un tiempo, en efecto, en el cual los restaurantes-basura o los libros-basura eran subproductos destinados a las masas incultas, dóciles y amedrentadas. Ahora, no. Ahora tenemos restaurantes-basura de lujo, libros-basura de lujo, y quien no viva en una casa-basura o padezca alguna enfermedad-basura perderá rápidamente su crédito social y transmitirá una depauperada y deprimente imagen de "clase baja" y de "retraso social". Hemos convertido, como diría Pierre Bourdieu, las "marcas de infamia" en "signos de distinción". Si no puedes vencer en tu lucha contra la basura, únete a ella. La palanca fundamental gracias a cuyo punto de apoyo hemos conseguido mover el mundo en esta dirección –es decir, gracias a la cual hemos conseguido empezar a no ver y a no sentir como tal la basura que nos ahoga– se resume en una fórmula mágica: estamos transitando hacia un nuevo paradigma (y es la instalación de este "nuevo paradigma" lo que nos permitirá no vivir como basura lo que antes considerábamos tal). El único problema, claro está, es que este nuevo paradigma no puede ser otra cosa que un paradigma-basura, o sea un no-paradigma (porque no hay en realidad ningún nuevo paradigma hacia el cual estemos transitando, sino únicamente la destrucción sistemática y concertada de aquel bajo el cual vivíamos). La fórmula mágica tiene, con todo, una formidable eficacia simbólica. La desaparición de los lugares y su paulatina sustitución por lugares-basura (y esto mismo vale para los empleos-basura o las casas-basura) deja a muchas personas en el mundo sin lugar, crea una muchedumbre de desplazados que, una vez más, no solamente lo son en el sentido físico del término (aunque esta situación sea sin duda la más grave), sino también en el sentido social, laboral, cultural, económico o familiar. El dolor que se acumula en esa multitud, sin embargo, sencillamente no puede expresarse como tal, porque la fórmula mágica en cuestión lo convierte en dolor de parto del nuevo paradigma y, por tanto, amenaza a todos aquellos que publiquen su malestar con el estigma de la inadaptación, del atraso y del conservadurismo: son tristes reaccionarios que se niegan a desamarrarse de sus privilegios ancestrales, obstáculos que frenan el progreso de la modernización y que, por tanto, quedarán excluidos de sus beneficios. Ellos son la verdadera basura de nuestro tiempo, la que no puede reciclarse.
De esta manera se ha conseguido a la vez mantener la situación moderna (a saber, la "inmensa acumulación de basuras") y reeditar la utopía no menos moderna de un mundo sin basuras, que ahora ha de entenderse como un mundo en permanente reciclaje y sin pérdidas (tal es la cosmovisión del paradigma-basura o paradigma de la basura) y, por lo tanto, de un mundo en el cual todo (y todos) llega inmediatamente a su destino y adquiere inmediatamente uno nuevo. No se puede decir de manera más clara: allí donde nada es basura, todo lo es. Y es el mismo Marc Augé quien se ha dado cuenta de que, de seguir así las cosas, nuestra civilización será la primera del mundo que no deje tras de sí esa clase especial de basura histórica que son las ruinas. La ciudad genérica (la ciudad-basura) no deja ruinas porque, cuando un edificio entra en estado de obsolescencia, se puede reconfigurar enteramente para un nuevo uso, del mismo modo que una empresa (si quiere ser una genuina empresa-basura) debe poder someterse en cualquier momento a un proceso de re-engineering y que la mano de obra (o sea, la clase-basura) debe permanecer en un estado de longlife education. Richard Sennett lo ha explicado aún mejor: «La estandarización del entorno deriva de la economía de lo efímero, y la estandarización produce indiferencia. Quizá pueda aclarar esta tesis mediante una experiencia personal. Hace unos pocos años, llevé a un directivo de una gran empresa de la nueva economía emergente, que buscaba oficinas para instalarse, a visitar el Chanin Building de Nueva York, un palacio art-deco con despachos muy elaborados y espléndidos espacios públicos. "No se adapta a lo que buscamos", dijo el directivo, "la gente podría sentirse demasiado apegada a sus despachos y llegar a pensar que pertenece a este lugar". La oficina flexible no está pensada para ser un lugar de permanencia. La arquitectura de las oficinas de las empresas flexibles requiere un entorno físico que pueda ser rápidamente reconfigurado, en último extremo, la oficina se reduce al terminal de un ordenador. La neutralidad de los nuevos edificios deriva también de su carácter de elementos de inversión en el mercado global; para que alguien pueda comprar o vender fácilmente desde Manila cien mil metros cuadrados de espacio de oficinas en Londres, es preciso que el espacio tenga la uniformidad y la transparencia del dinero. Esta es la razón de que los elementos estilísticos de los edificios de la nueva economía se hayan convertido en lo que Ada Louise Huxtable llama "arquitectura epidérmica": la superficie del edificio emperifollada mediante el diseño, y su interior progresivamente más neutral y más susceptible de una reconfiguración instantánea».
Creo que se percibe con claridad la idea que intento transmitir: algo que está desde su origen concebido para el reciclaje es algo que está desde su origen concebido como basura. Y esto –el estar originariamente concebidas para el reciclaje– es lo que caracteriza tanto a la objetividad como a la subjetividad contemporáneas. En rigor, el proceso por el cual algo se convierte en basura puede ser descrito como un proceso de descualificación: las cosas se vuelven basura cuando su servicio hace que pierdan las propiedades que las califican como siendo estas o aquellas cosas, tales y cuales, y se convierten únicamente en esa "cosidad" fluida y sin cualidades que se acumula en los vertederos y cuya regeneración pasa, según diríamos, por lograr que vuelva a adquirir las propiedades perdidas, que recupere su cualidad y su calidad. Como este proceso es el que se ha revelado imposible de llevar a cabo (es decir, como es imposible reciclar al ritmo que se desperdicia), la única manera de mantener el tipo –y esta es la genial idea de la que estamos hablando– es que las cosas carezcan originalmente de propiedades (es decir, que sean originariamente basura, sin que su conversión en basura derive del desgaste generado por el uso), o sea, que sean de antemano reciclables y, por tanto, pertenecientes a la "cosidad" fluida y descualificada, que es la que ahora –de acuerdo con la estrategia-basura del "nuevo paradigma"– hemos de experimentar, no como una forma de cosidad degradada y "sucia", cosa de vertedero y material de escombrera, sino como la forma superior de la objetividad, la cosa de lujo y limpia por excelencia, pues es lo inmediatamente reciclable. Y, al contrario, son las cosas cualificadas, como el Chanin Building, las que resultan desesperadamente obsoletas por irreciclables, las que se convierten en basura en el sentido peyorativo y "sucio" de la expresión, de mal gusto y pasadas de moda, las que, por tener entidad en sí mismas, se resisten a la reformulación y la recualificación.
Es preciso, pues, que la producción sea ya en su origen, no producción de mercancías, sino producción de basura, producción de reciclables. Y hay que tener en cuenta que el reciclaje no puede concebirse, entonces, como una genuina recualificación o reparación de las cosas; la cosa reciclada es la cosa que ha recuperado sus propiedades y que, por ello mismo, se resiste al reciclaje; la cosa reciclada ha de ser entendida más bien como la cosa convertida en reciclable, es decir, apta para recibir cualidades que sólo pueden ser cualidades-basura, inmediatamente reciclables y reformulables, transformables en cualesquiera. Y es preciso, igualmente, que este proceso no afecte únicamente a la objetividad sino también a la subjetividad, tanto más cuando las cosas modernas por excelencia son aquellas cuya objetividad –cuyo "valor"– procede de la "subjetividad". Bien pensado, era elemental: es exactamente lo mismo que se ha venido haciendo, al menos desde el siglo XVII, con el trabajo en general, y la razón por la cual han dejado de existir de facto (aunque sobre el papel se mantenga el arcaísmo) los empleos especializados y las profesiones más o menos libres, en la medida en que todas ellas se vuelven comparables en términos de horas laborables. «La indiferencia respecto del trabajo determinado corresponde a una forma de sociedad en la cual los individuos pueden pasar con facilidad de un trabajo a otro y en la cual el género determinado del trabajo es fortuito y, por consiguiente, les es indiferente», así decía Marx. Y le parecía un gran progreso. Recordaba hace poco (Juan Pablo II, 22 de Abril de 2006) Rafael Sánchez Ferlosio que «la apología positiva del "trabajo" en sí mismo y por sí mismo surgió con el capitalismo y su necesidad de mano de obra, y fue enseguida recogida sin rechistar por el marxismo; la exaltación del trabajo –sin determinación de contenido– como virtud moral se desarrolló como la más perversa pedagogía para obreros». Es decir, la exaltación del trabajo sin determinación de contenido es en sí misma la exaltación del trabajo-basura. Esto es lo mismo que hoy sucede con la exaltación del "conocimiento" (abstracción hecha de toda cualificación, es decir, del conocimiento-basura) en fórmulas como la recurrente "sociedad del conocimiento", surgida sin duda de las nuevas necesidades de mano de obra –sólo un 10% de la misma se dedica hoy a la fabricación de mercancías en los EE.UU., según recordaba también hace poco Anthony Giddens (Mejorar las universidades europeas, 10 de Abril de 2006)–, pero en seguida abrazada por la izquierda (como lo prueba el caso del propio Giddens) como «la más perversa pedagogía para obreros» del siglo XXI, esos nuevos obreros que constituyen el 90 % principal de la fuerza de trabajo en los países más desarrollados.
Empezó la cosa por un cambio terminológico en apariencia simplemente técnico: en lugar de tener asignaturas, las carreras universitarias empezaron a tener créditos. La denominación parecía sospechosa (¿por qué precisamente créditos y no "materias", o "conocimientos" o incluso "horas lectivas"? A pesar de la evidente analogía financiera, nadie se inquietó demasiado), pero de momento esto sirvió para introducir subrepticiamente en el orden del saber un nuevo aparato de medida que, como por arte de magia, conseguía tornar equivalentes cosas que antes no parecían poder serlo de ningún modo, como la arqueología maya y la bioquímica molecular, pongamos por caso, puesto que tanto la una como la otra se dejaban traducir a un número de créditos, es decir, de horas contantes y sonantes y, por tanto (he aquí el quid de la analogía monetaria), de dinero por unidad de tiempo. Si la descualificación del trabajo se consideró como un progreso, ¿cómo no ha de ser un progreso la indiferencia respecto de todo conocimiento determinado –historia medieval, anatomía patológica o física de la materia condensada–, que corresponde a una sociedad en la cual los individuos pueden pasar con facilidad de un conocimiento a otro y en la que el género determinado de conocimiento es fortuito y, por consiguiente, les es indiferente?
De modo que, contra toda apariencia, "sociedad del conocimiento" no significa nada parecido a "sociedad de la ciencia": cuando Giddens afirma que «en las actuales economías avanzadas más del 80% de la mano de obra trabaja en los sectores de producción de conocimientos» no está verosímilmente queriendo decir que ese porcentaje de los empleados esté constituido por científicos; más bien nos indica que éste es el eufemismo (trabajadores del sector de producción de conocimientos) que conviene al proletariado de nuestro tiempo (los trabajadores-basura). Por eso es una contradicción de su argumento el sostener que esta situación supone el ocaso de la mano de obra no cualificada. Al contrario, este conocimiento es precisamente un flujo descualificado (y en su apología se trata solamente de eso, de que fluya sin barreras ni cortapisas de "especialidades" ni de organización intelectual, es decir, sin apego a cualidad alguna) en el que vienen a disolverse como en una caldera todas las ciencias y todos los saberes más o menos sistemáticos antaño impartidos en las universidades y en las escuelas y hoy descompuestos y como estallados en "competencias" y "habilidades" que campan libremente y sin constricción alguna que no sea la de su medida en "créditos", como lo certifica el hecho (en esto, como en todo, hay que fijarse siempre en los que van por delante) de que el organismo estatal encargado de administrar la instrucción pública en el país en donde profesa Giddens ya haya dejado de llamarse "Ministerio de educación y ciencia" para denominarse "Ministerio de educación y habilidades (skills)". Que se encargue a las universidades la enseñanza de estas "habilidades" neoproletarias –es decir, que se exija la descualificación de las ciencias y la descomposición de los saberes científicos en las competencias requeridas en cada caso por un mercado empresarial que configura la turbina a la que se engancha la "caldera" del conocimiento–, y que además se destine a los individuos a proseguir esta "educación superior" a lo largo de toda su vida laboral (longlife education, cadena perpetua) es algo ya de por sí suficientemente expresivo: solamente una mano de obra (o de "conocimiento") completamente descualificada –es decir, producida originalmente como basura reciclable– es apta para recibir una cualificación en sí misma descualificada y descualificante, y solamente una cualificación que no es más que cualificación-basura, es decir, que no cualifica más que efímera y superficialmente (una cualificación epidérmica), necesita estar sometida a este proceso de manera permanente. Pero en ese caso no está nada claro en qué consistiría la "superioridad" de la educación superior (y acaso por ello Giddens la llama sintomáticamente "educación post-secundiaria", es decir, una prolongación indefinida de la enseñanza media): como confiesa el propio Giddens, «muchos [profesores jóvenes] se sienten hoy atraídos por trabajos –como los de la industria y de la banca– que en mi generación (con nuestros esnobismos) ni siquiera nos habríamos planteado [los profesores universitarios]», lo que es un modo de admitir que la educación superior no ha perdido su superioridad sobre la industria y la banca solamente por la desaparición del "esnobismo" juvenil (¿por qué se ha esfumado ese esnobismo?) sino más bien en la medida en que se ha convertido en un subsector de la "producción de conocimientos" para la industria y la banca.
Sucede, en fin, que la época en la cual la subjetividad se ha vuelto más inestable, elástica, flexible y modulable, es también la era en la cual la identidad se ha convertido en la más tiránica y rígida de las exigencias individuales, en el más grave de los problemas políticos. Y es como si cada enclave edificado en las calles debiera ser, al mismo tiempo, una seña de identidad inconfundible y un espacio infinitamente remodelable, es decir, una zona cero.

Conferencia en el ciclo Distorsiones Urbanas de Basurama06.La Casa Encendida. Madrid, el 17 de mayo de 2006.
Biografía
José Luis Pardo es profesor titular de la Facultad de Filosofía de la UCM. Además de su labor docente y de colaborar con medios de prensa escrita como EL PAIS, ha traducido a filósofos contemporáneos de la talla de Deleuze, Serres, Debord o Lèvinas. Su extensa obra escrita incluye libros como Transversales. Textos sobre los textos (1978), Sobre los espacios: pintar, escribir, pensar (1991), Las formas de la exterioridad (1992), La intimidad (1996) y La regla del juego (2005), éste último galardonado con el Premio Nacional de Ensayo.
Notas

1. «Aquí me veis, viajero / de un tiempo que se pierde en la espesura / del paso y el me da lo mismo... pero / nunca fue tan hermosa la basura» (Juan Bonilla, "Treintagenarios", en Partes de Guerra, Pre-textos, Valencia, 1994, p. 27).

jueves, 5 de abril de 2007

Psicogeografias


GUY DEBORD,(guía Psicogeografica de Paris )mapa,1957







www.antoineetmanuel.com Propuestas graficas para Christian Lacroix y Galeries Lafayette


Introducción a una crítica de la geografía urbana
Guy E. DebordPublicado en el # 6 de Les lévres nues (septiembre 1955). Traducción de Lurdes Martínez aparecida en el fanzine Amano # 10

De todos los acontecimientos en lo que participamos, con o sin interés, la búsqueda fragmentaria de una nueva forma de vida es el único aspecto todavía apasionante. Es necesario deshechar aquellas disciplinas que, como la estética u otras, se han revelado rápidamente insuficientes para dicha búsqueda. Deberían definirse entonces algunos campos de observación provisionales. Y entre ellos la observación de ciertos procesos del azar y de lo previsible que se dan en las calles.
El término psicogeografía, sugerido por un iletrado Kabyle para designar el conjunto de fenómenos que algunos de nosotros investigábamos hacia el verano de 1953, no parece demasiado inapropiado. No contradice la perspectiva materialista de los condicionamientos de la vida y del pensamiento causados por la naturaleza objetiva. La geografía, por ejemplo, trata de la acción determinante de las fuerzas naturales generales, como la composición de los suelos o las condiciones climáticas, sobre las estructuras económicas de una sociedad y, en consecuencia, de la concepción que ésta pueda hacerse del mundo. La psicogeografía se proponía el estudio de las leyes precisas y de los efectos exactos del medio geográfico, conscientemente organizado o no, en función de su influencia directa sobre el comportamiento afectivo de los individuos. El adjetivo psicogeográfico, que conserva una vaguedad bastante agradable, puede entonces aplicarse a los hallazgos establecidos por este tipo de investigación, a los resultados de su influencia sobre los sentimientos humanos, e incluso de manera general a toda situación o conducta que parezca revelar el mismo espíritu de descubrimiento.
Se ha dicho durante mucho tiempo que el desierto es monoteista. ¿Se encontrará ilógica, o desprovista de interés, la constatación de que el distrito de París, entre la Place de Contrescarpe y la ru l'Arbalète conduce al ateismo, al olvido y a la desorientación de las influencias habituales?
Es conveniente tener una concepción históricamente relativa de lo utilitario. La necesidad de disponer de espacios libres que permitieran la rápida circulación de tropas y el empleo de la artillería contra las insurrecciones estuvo en el origen del plan de embellecimiento urbano adoptado por el Segundo Imperio. Pero desde cualquier punto de vista salvo el policial, el París de Haussmann es una ciudad construida por un idiota, llena de ruido y furia, que nada significa. Hoy, el principal problema del urbanismo es el resolver la correcta circulación de una cantidad rápidamente creciente de automóviles. Podemos pensar que el urbanismo venidero se aplicará a construcciones, igualmente utilitarias, que concedan la mayor consideración a las posibilidades psicogeográficas.
Además, la abundancia actual de vehículos privados no es más que el resultado de la propaganda constante por la que la producción capitalista persuade a las masas - y éste es uno de sus éxitos más desconcertantes - de que la posesión de un coche es precisamente uno de los privilegios que nuestra sociedad reserva a sus privilegiados. (Por otra parte, el progreso anárquico se niega a sí mismo: uno puede gozar del espectáculo de un oficial de policía invitando en un anuncio publicitario a los parisinos propietarios de automóviles a utilizar los transportes públicos).
Puesto que encontramos la idea de privilegio incluso en asuntos tan banales, y que sabemos con qué ciego furor tanta gente - por poco privilegiada que sea - está dispuesta a defender sus mediocres conquistas, es necesario constatar que todas estas minucias participan de una idea burguesa de felicidad, idea mantenida por un sistema de publicidad que engloba tanto la estética de Malraux como los imperativos de la Coca-Cola, y cuya crisis debe ser provocada en toda ocasión, por todos los medios.
El primero de estos medios es sin duda la difusión, con un objetivo de provocación sistemática, de un conjunto de propuestas tendentes a convertir la vida en un juego apasionante, y el continuo menosprecio de todas las diversiones al uso, en la medida en que éstas no pueden ser desviadas para servir a la construcción de ambientes más interesantes. Es cierto que la mayor dificultad en tal proyecto es traspasar a estas propuestas aparentemente delirantes un grado suficiente de seria seducción. Para la obtención de dicho resultado se puede concebir un uso hábil de los medios de comunicación imperantes. Pero también una suerte de abstencionismo provocativo o bien de manifestaciones tendentes a la decepción radical de los aficionados a estos medios de comunicación, pueden fomentar innegablemente, sin mucho esfuerzo, una atmósfera de incomodidad extremadamente favorable para la introducción de nuevas nociones de placer.
La idea de que la realización de una situación afectiva elegida depende únicamente del conocimiento riguroso y de la aplicación deliberada de un cierto número de técnicas concretas, inspiró el Juego psicogeográfico de la semana publicado, no sin cierto humor, en el número 1 de POTLATCH:
"En función de lo que busquéis, escoged un país, una ciudad más o menos populosa, una calle más o menos animada. Construid una casa. Amuebladla. Sacad el mayor partido de su decoración y sus alrededores. Elegid la estación y la hora. Reunid a la gente más adecuada, los discos y las bebidas más convenientes. La iluminación y la conversación deberán ser las oportunas para la ocasión, como el tiempo atmosférico o vuestros recuerdos.
Si no ha habido ningún error en vuestros cálculos, el resultado debe satisfaceros."
Debemos trabajar para inundar el mercado, aunque por el momento no sea más que el mercado intelectual, con una masa de deseos cuya realización no rebasará la capacidad de los medios de acción actuales del hombre en el mundo material, pero sí la vieja organización social. No carece de interés político contraponer públicamente tales deseos a los deseos elementales que no asombra ver repetidos incesantemente en la industria cinematográfica o en las novelas psicológicas, como las de ese viejo carroñero de Mauriac. (Marx explicaba al pobre Proudhon que, en una sociedad fundada sobre la "miseria" los productos más "miserables" tienen la fatal prerrogativa de servir al uso de mayor número de gente).
La transformación revolucionaria del mundo, de todos los aspectos del mundo, confirmará todos los sueños de abundancia.
El cambio repentino de ambientes en una misma calle en el espacio de unos metros; la clara división de una ciudad en zonas de distintas atmósferas psíquicas; la línea de más fuerte pendiente - sin relación con el desnivel del terreno - que deben seguir los paseos sin propósito; el carácter de atracción o repulsión de ciertos espacios: todo ello parece ser ignorado. En todo caso, no se concibe como dependiente de causas que puedan descubrirse a través de un cuidadoso análisis, y de las que no se pueda sacar partido. La gente es consciente de que algunos barrios son tristes y otros agradables. Pero generalmente asumen simplemente que las calles elegantes causan un sentimiento de satisfacción y las calles pobres son deprimentes, y no van más allá. De hecho, la variedad de posibles combinaciones de ambientes, análoga a la disolución de los cuerpos químicos puros en un infinito número de mezclas, genera sentimientos tan diferenciados y tan complejos como los que pueda suscitar cualquier otra forma de espectáculo. Y la más mínima investigación desmitificada revela que las diferentes influencias, cualitativas o cuantitativas, de los diversos decorados de una ciudad no se pueden determinar solamente a partir de una época o de un estilo de arquitectura, y todavía menos a partir de las condiciones de vivienda.
Las investigaciones así destinadas a llevarse a cabo sobre la disposición de los elementos del marco urbano, en relación estrecha con las sensaciones que provocan, no quieren ser presentadas sino como hipótesis audaces que conviene corregir constantemente a la luz de la experiencia, a través de la crítica y de la autocrítica.
Ciertas pinturas de Chirico, que están claramente provocadas por sensaciones cuyo origen se encuentra en la arquitectura, pueden ejercer una acción de retorno sobre su base objetiva hasta transformarla: tienden a convertirse ellas mismas en maquetas. Inquietantes barrios de arcadas podrían un día continuar, y completar, el atractivo de esta obra.
No conozco sino esos dos puertos al atardecer pintados por Claude Lorrain, que están en el Louvre, y que presentan dos ambientes urbanos totalmente diversos, para rivalizar en belleza con los carteles de los planos de metro de París. Se entenderá que al hablar aquí de belleza no me refiero a la belleza plástica - la nueva belleza no puede ser otra que la belleza de la situación - sino solamente a la presentación particularmente conmovedora, en ambos casos, de una suma de posibilidades.
Entre diversos medios de intervención muy dificultosos, parece apropiada una cartografía renovada para su utilización inmediata.
La elaboración de mapas psicogeográficos, incluso de diversos trucajes como la ecuación, poco fundada o completamente arbitraria, planteada entre dos representaciones topográficas, puede contribuir a clarificar ciertos desplazamientos de carácter no precisamente gratuito, pero sí absolutamente insumiso a las influencias habituales. Las influencias de este tipo están catalogadas en términos de turismo, droga popular tan repugnante como el deporte o la compra a crédito.
Recientemente, un amigo me dijo que venía de recorrer la región de Harz, en Alemania, con la ayuda de un mapa de la ciudad de Londres, cuyas indicaciones había seguido ciegamente. Este tipo de juego es obviamente sólo un comienzo mediocre en comparación con una construcción completa de la arquitectura y del urbanismo, construcción que algún día estará en poder de todos. Mientras tanto podemos distinguir distintas fases de realizaciones parciales, medios menos complicados, empezando por el simple desplazamiento de los elementos de decoración de los lugares en que estamos acostumbrados a encontrarlos.
Así, en el número precedente de esta revista, Mariën propuso reunir en desorden, cuando los recursos mundiales hayan cesado de ser despilfarrados en los proyectos irracionales que nos son impuestos hoy, las estatuas ecuestres de todas las ciudades del mundo en una planicie desierta. Esto ofrecería a los transeúntes -el futuro les pertenece- el espectáculo de una carga de caballería artificial, que incluso podría dedicarse a la memoria de los más grandes masacradores de la historia, desde Tamerlan a Ridgway. Aquí vemos reaparecer una de las principales demandas de esta generación: el valor educativo.
De hecho, no hay nada más que esperar que la toma de conciencia, por las masas activas, de las condiciones de vida que les son impuestas en todos los dominios y de los medios prácticos para combatirlas.
Lo imaginario es aquello que tiende a convertirse en real, escribió un autor cuyo nombre, a causa de su notoria degradación intelectual, hace tiempo que he olvidado. Tal afirmación, por lo que tiene de involuntariamente restrictiva, puede servir de piedra de toque y hacer justicia a ciertas parodias de revolución literaria: lo que tiende a permanecer irreal, es palabrería.
La vida, de la que somos responsables, ofrece, a la vez que grandes motivos de desaliento, una infinidad de diversiones y de compensaciones más o menos vulgares. No pasa un año en que la gente a la que amamos no ceda, a falta de haber comprendido claramente las posibilidades presentes, a alguna capitulación manifiesta. Pero esto no refuerza el campo enemigo, que cuenta ya con millones de imbéciles, y en el que se está objetivamente condenado a ser imbécil.
La primera deficiencia moral que permanece es la indulgencia, en todas sus formas.



Guy Debord, 1955. Traducción de Lurdes Martínez

domingo, 25 de marzo de 2007

lunes, 19 de marzo de 2007

aparte de la conversación entre Jacques Herzog y Jeffrey Kipnis

...esta es la explicación de un arquitecto contemporáneo sobre la elección de un material o una imagen.... así respondería quizás el artista..

J.K . Pensé en un principio que la imagen podría ser simbólica de la producción de Ricola...

J.H. ¡No, no era eso ni mucho menos! No tenía nada que ver con la utilización que hace Ricola de hierbas y demás...

J.K. Entonces, ¿cómo llegaron a esa imagen?

J. H. Queríamos algo que se relacionara con el Jardín que hay afuera, pero eso no era demasiado naturalista. Probamos muchas imágenes distintas, especialmente hojas y plantas. Resulta sorprendente trabajar con imágenes; es imposible decir en realidad cómo decidimos al final. El efecto de la imagen repetida era crucial; la que elegimos era todavía reconocible como planta, pero la repetición también la convertía en algo distinto, algo enteramente nuevo... Este efecto de repetición, esta habilidadde transformar algo común en algo nuevo, es algo que también se puede encontrar en la obra de Andy Warhol. En cualquier caso, no puedo decirle cómo lo supimos. Algunas de las pruebas eran simplemente horribles —no dábamos con la escala adecuada—, pero cuando vimos la que finalmente usamos, supimos positivamente, visceralmente, que estaba bien. En aquella fachada no colaboramos con ningún artista —habíamos encontrado la foto de Blossfeldt en un antiguo libro y nos gustaba el grado de abstracción de sus imágenes.

TOMADO DE LA ENTREVISTA HECHA POR JEFFREY KIPNIS A JACQUES HERZOG PARA LA REVISTA EL CROQUIS #84 DEDICADA A LA OBRA DE LOS ARQUITECTOS SUIZOS HERZOG & DEMEURON

Trastornos Ornamentales

La modernidad es de Marte, y la posmodemidad de Venus. Alternativamente marcial y marciana, la disciplina moderna ha venerado el rigor y el futuro, construyendo un paisaje mental donde el ornamento es un delito contra la eficacia y el progreso. Venérea o venusina por su parte, la complacencia posmodema ha reemplazado la norma por la sensualidad y el misterio, fabricando objetos emocionales maquillados para la seducción y la magia. En el actual tiempo del mundo, esa modernidad impositiva y masculina parece tan obstinada y peligrosa como los estrategas belicistas de la Casa Blanca, más inclinados a someter por la fuerza que a doblegar por el encanto. Pero cuando las jerarquías se cuartean bajo la pulsión subterránea de los deseos en conflicto, sólo las armas femeninas de una posmodemidad persuasiva pueden arbitrar en las pugnas suicidas de un planeta indócil. La ficción del ornamento aparece así como un ropaje equívoco que reconcilia fatigando las aristas de las identidades testarudas.

El ornamento desempeña entonces un papel no muy distinto al de la hipocresía o el protocolo diplomático, la urbanidad o la cautela del trato social, la cosmética o el teatro del encuentro. Disolviendo la contundencia geométrica con patrones de ritmo y convención, aliviando la desnudez hiriente de las superficies con texturas y temblores, e iluminando la grisalla rigorista o el blanco expeditivo con un turbión cromático, la arquitectura enmascara su ruda franqueza, endulza su perfil rotundo con un ropaje de carnaval, y encuentra en el don de la ebriedad la tolerancia amable con la verdad del otro. Este tránsito del Apolo exigente al Dioniso exaltado es un camino no exento de riesgos delictivos, que obliga al arquitecto a pecar contra el gusto reductivo y a violar las normas de la anorexia estilística; pero es también una ruta de liberación sensorial que permite circular de la inteligencia a la emoción, del orden abstracto a la fascinación figurativa, y de la modernidad dórica a la posmodemidad corintia.

Se dirá que el ornamento es accesorio, y no podrá negarse; pero en la economía libidinal nada es más necesario que lo superfluo. Se dirá que el ornamento es superficial, y de nuevo deberá concederse; pero en la geografía de la seducción nada es más profundo que la piel. Y se dirá que el ornamentoes efímero, y otra vez habrá de admitirse; pero en la historia de la percepción nada es más duradero que los motivos fugitivos, habitantes tenaces de un tiempo circular. La 'arquitectura degenerada' del ornamento no tiene que pedir disculpas por su belleza culpable; esa entertete Bau no es un delito,sino un trastorno: una figura embarazosamente ataviada para la morigeración minimalista, pero 'vestida para matar' a la manera femenina, combinando sugerencia y atracción; en el polo opuesto al dressed to kill masculino,desgraciadamente demasiado literal en esas tropas expedicionarias del Golfoque estos días colonizan las pantallas y las retinas, y frente a las cuales sedesvanecen nuestros tibios trastornos ornamentales.

TOMADO DE LA EDITORIAL DE LA REVISTA ARQUITECTURA VIVA #87 DELITOS ORNAMENTALES, ESCRITA POR LUIS FERNÁNDEZ-GALIANO

El principio del revestimiento

Para el artista, todos los materiales son igual de valiosos, pero no son igual de adecuados para todas sus finalidades. La solidez y la producción exigen materiales que, a menudo, no están de acuerdo con la finalidad propia del edificio. Pongamos que aquí tenga el arquitecto la misión de hacer un espacio cálido y habitable. Las alfombras son cálidas y habitables. Este espacio podría resolverse poniendo una de ellas en el suelo y colgando cuatro tapices de modo que formaran las cuatro paredes. Pero con alfombras no puede construirse una casa. Tanto la alfombra como el tapiz requieren un armazón constructivo que los mantenga siempre en la posición adecuada. Concebir este armazón es la segunda misión del arquitecto.

Este es el camino correcto, lógico y real que debe seguirseen el arte de construir. La humanidad también aprendió a construir en este mismo orden. Lo primero fue el revestimiento. La persona buscaba salvaguarda de las inclemencias del tiempo, protección y calor durante el sueño. Buscaba cubrirse. La manta es el detalle arquitectónico más antiguo. Primitivamente estaba hecha de pieles o de productos del arte textil. Esta significación aún puede reconocerse hoy en las lenguas germánicas. Esa cubierta debía colocarse en algún sitio si debía dar suficiente protección para toda una familia. Pronto llegaron también las paredes, para dar protección lateral. Y por este orden se desarrolló el pensamiento constructivo, tanto en la humanidad como en el individuo.

Hay arquitectos que lo hacen de forma diferente. Su fantasía no forma los espacios, sino las paredes. Lo que quede entrelas paredes son los espacios. Y, para esos espacios, eligen después alguna forma de revestimiento que les parezca adecuada. Eso es arte por camino empírico.
Pero el artista, el arquitecto, siente primero el efecto que quiere alcanzar y ve después, con su ojo espiritual, los espacios que quiere crear. El efecto que quiere crear sobre el espectador, sea sólo miedo o espanto como en la cárcel; temor deDios como en la iglesia; respeto del poder del Estado como en el palacio; piedad como ante un monumento fúnebre; sensación de comodidad como en casa; alegría como en una taberna; ese efecto viene dado por los materiales y por la forma.


Cada material tiene su propia forma de expresión, y ningúnmaterial puede tomar para sí la forma de otro material. Porque las formas se han hecho a través de la utilidad y de la fabricación de cada material, se han hecho con el material y a travésdel material. Ningún material permite una intromisión en su.círculo de formas. El que osa hacerlo es marcado por el mundocomo falsificador. Y el arte no tiene nada que ver con la falsificación, con la mentira. Sus caminos están llenos de espinas, pero limpios.

La torre de San Esteban se puede colar en cemento y colocarla en cualquier otro sitio, pero ya no es una obra de arte.Lo que vale para la torre de San Esteban vale también parael Palacio Pitti, y lo que vale para el Palacio Pitti vale también para el Palacio Farnese. Y, siguiendo con estos edificios, llegaríamos hasta días y nos encontraríamos en medio de la arquitectura de nuestro Ring. Un tiempo triste para el arte, un tiempo triste para los pocos artistas que había entre los arquitectos de entonces, que estaban obligados a prostituir su arte para favorecer los intereses del populacho. Sólo a pocos el destino les concedía encontrar un propietario que pensara en cosas grandes y otorgara al artista libertad para trabajar a su gusto. El más feliz de todos ellos seguro que fue Schmidt. Tras él vino Hansen, el cual, cuando las cosas le iban mal, buscaba consuelo construyendo obras en terracota. Seguro que quien tuvo que soportar grandes tormentos fue el pobre Ferstel, quien, en el último minuto, fue obligado a aplacar con hormi-gón partes enteras de la fachada de su universidad. Los demásarquitectos de esta época, salvo pocas excepciones, estaban libres de tales sentimentalismos.

¿Ha cambiado esto? Que se me dispense de contestar a esta pregunta. Aún domina, en la arquitectura, la imitación y elarte del sucedáneo. Sí, aún más. En los últimos años inclusose ha encontrado gente que se ha hecho defensora de esta orientación de la arquitectura —uno sobre todo, anónimo, ya que la cosa no le parecía suficientemente limpia—, de forma que el arquitecto de sucedáneos ya no tiene más necesidad de quedarse algo aparte. Hoy ya se clava la construcción en la fachada con aplomb y se cuelgan las "piedras portantes" con justificación artística, bajo la cornisa principal. ¡Acercaros, heraldos de la imitación, productores de marquetería de calco, deldestroza tú mismo la ventana de tu hogar y de los cántaros de papier maché! ¡En Viena está floreciendo una nueva primavera, el suelo está recién abonado!

Pero, el espacio habitable cubierto totalmente con alfombras ¿no es una imitación? ¡Las paredes no están hechas de tapices! Claro que no. Pero esos tapices sólo quieren ser tapices y no piedras de pared, jamás quieren mostrarse comotales, ni a través de su color ni a través de su dibujo, sino que quieren dejar bien clara su significación como revestimiento de la superficie de la pared. Cumplen sus finalidades según elprincipio del revestimiento.

Como ya he mencionado al principio, el revestimiento es más antiguo que la construcción. Las bases del revestimientoson muy diversas. Tan pronto es protección contra la incle-mencia del tiempo, como pintura al aceite sobre madera, acero o piedra; tan pronto son motivos higiénicos, como las piedras esmaltadas en la toilette para proteger la superficie de la pared;
tan pronto son una finalidad concreta, como la pintura de colores de las estatuas, los tapices de las paredes o el aplacado de la madera. El principio del revestimiento, que Semper fue el primero en enunciar, se extiende también a la naturaleza. La persona está revestida con una piel, el árbol está revestidocon una corteza.


De este principio del revestimiento yo formo también una ley perfectamente determinada que llamo ley del revestimiento. Que nadie se asuste. Las leyes, así se dice usualmente, culminan una evolución. Pero los viejos maestros pasaron muy bien sin ningún tipo de leyes. Seguro. Donde el robo fuera una cosa desconocida, sería superfluo poner leyes que lo castigaran. Cuando los materiales usados para revestimiento no eran imitaciones, tampoco hacía falta ninguna ley contra ello. Pero yoc reo que ha llegado la hora de ponerla.

Esta ley dice así: La posibilidad de que el material revestido se confunda con el revestimiento debe ser excluida en todos los casos. Para casos particulares, esta frase tendría quedecir: La madera puede pintarse con cualquier color, menos con uno, el color madera. En una ciudad cuya comisión de exposiciones decidió que toda la madera de la Rotonda se pintara "como caoba", en lo cual la imitación es el único motivo de decoración de la madera, esta frase es muy atrevida. Al parecer, aquí hay personas que toman eso por elegante.Ya que los tranvías, los trenes y en general toda la construcción de vagones proviene de Inglaterra, son éstos los únicos objetos de madera que lucen colores puros. Yo me atrevo a afirmar que cualquier vagón de tranvía —sobre todo de la línea eléctrica— me gusta más en colores puros que si, siguiendo los principios de belleza de la comisión de exposiciones, se pintara como caoba.

Pero en nuestro pueblo dormita, aunque sea hundido y enterrado, el verdadero sentimiento de lo elegante. De otromodo no se daría el caso de que en la compañía de tranvías, la tercera clase está pintada de color madera y la primera y la segunda están pintadas de verde.
En cierta ocasión le probé de un modo drástico a un colega este sentimiento inconsciente. En una casa, en el primer piso,había dos viviendas. Al inquilino de una de estas dos viviendas se le ocurrió pintar a sus expensas la carpintería de las ventanas, que originariamente eran marrones, de color blanco. Entonces hicimos una apuesta según la cual llevaríamos a un cierto número de personas frente a la casa y, sin llamarles la atención sobre la diferencia de las carpinterías, les preguntaríamos en cuál de las viviendas les parecía que vivía el señor Pluntzengruber y en cuál el conde de Licchtenstein, dos hipotéticos inquilinos. Todos ellos tomaron la parte pintada demadera por la pluntzengruberina. Desde aquel día mi colegasólo pinta de blanco.


La imitación de madera es naturalmente un descubrimiento de nuestro siglo. En la Edad Media pintaban la madera, normalmente, rojo chillón, en el Renacimiento azul, en el Barroco y el Rococó blanco dentro y verde fuera. Nuestros campesinos aún conservan tanto sentido común que pintan con colorespuros. Cuando estamos en el campo encontramos muy atractivo el portón verde o la valla verde, o las celosías verdes frente a la recién pintada y blanca pared. Es una lástima que en algunos lugares empiece a adoptarse el gusto de nuestra comisión de exposiciones.

Aún se recuerda la indignación moral que surgió en la industria artística del sucedáneo cuando los primeros muebles pintados con pintura al aceite, llegaron a Viena desde Inglaterra. Pero el enfado de esa buena gente no se dirigía contra la pintura. En Viena, tan pronto se utilizaron las maderas blandas, también se pintó con este tipo de pintura al aceite. Pero que los muebles ingleses osaran lucir sus colores con tanta franqueza y libertad, en vez de imitar madera dura, ponía furiosos a aquellos singulares santos. Se apartaban los ojos y se hacía ver que la pintura al aceite no había sido usada jamás. Probablemente estos señores son de la opinión que sus muebles y trabajos de madera veteados se tomaban como de madera dura.
Si con estos puntos de vista no doy nombres de la exposición de embadurnadores, creo merecer con ello el agradecimiento de esa hermandad.


Aplicado a los estucadores, el principio del revestimiento' diría así: el estuco puede resolver cualquier ornamento menos uno, la imitación de construcción de ladrillos vistos. Debería
creerse que decir una evidencia tal es innecesario, pero hace poco me han llamado la atención sobre un edificio en el que la pared estucada estaba pintada de rojo y con el añadido de juntas blancas. También la tan querida decoración de cocinas imitando sillares de piedra entra aquí. Y así, todos los materiales que sirven para revestir una pared, como tapices, hules, telas y alfombras, no pueden representar nunca ni sillares ni ladrillos. Y de aquí también puede entenderse por qué las mediasde malla que llevan nuestras bailarinas tienen un efecto tan antiestético. En una palabra, la ropa de punto puede estar teñida de cualquier color excepto de color carne.

Un material de revestimiento puede conservar su color natural cuando el material revestido también muestre este color. Así, yo puedo pintar el acero negro con alquitrán, yo puedo cubrir una madera con otra madera (tornería, marquetería,etcétera...), sin tener que colorear la madera que cubre. Yo puedo revestir un metal con otro metal a través del fuego o galvanizándolos. Pero el principio del revestimiento prohibe que mediante una pintura se imite el material que hay debajo. Así, el acero puede alquitranarse, pintarse con pinturas al aceite o puede recubrirse de forma galvánica, pero nunca taparse con color bronce, es decir con un color metálico. Aquí son dignos de mención también las placas de arcilla refractaria y de piedra artificial que, por una parte, imitan el pavimento de terrazo(mosaico) y, por otra parte, imitan alfombras persas. Seguro que hay personas que se lo creen —las fábricas ya conocen bien a su público.

Pues no, vosotros, imitadores y arquitectos de sucedáneos, os estáis equivocando. El alma humana es algo demasiado alto y sublime para que podáis engañarla con vuestros trucos y recursos. La oración de la pobre campesina llegará con más fuerza y más rápidamente al cielo si se hace en una iglesia que esté construida con material legítimo, que si se hace, con el mismo fervor, entre paredes de yeso pintadas como mármol. Nuestro miserable cuerpo está, es cierto, en vuestro poder. Sólo dispone de cinco sentidos para diferenciar lo auténtico de lo falso. Y allá donde la persona, con sus órganos de los sentidos, ya no alcanza más, allá empieza vuestro dominio, allá está vuestro reino. Pero otra vez os estáis equivocando. Pintad sobre el techo de madera bien, bien alto las mejores incrustaciones: los pobres ojos lo darán por bueno y lo aceptarán lealmente. Perol a divina psyche no creerá vuestro engaño. Siente, en la mejor marquetería pintada "como auténtica", sólo pintura al aceite.

TOMADO DEL TEXTO DE ENSAYOS ¨DICHO EN EL VACÍO 1897-1990¨ DE ADOLF LOOS